martes, 13 de enero de 2009


NACIMIENTO DEL CAMPAMENTO "LA VICTORIA"
Julio Gálvez Barraza
La Declaración Universal de los Derechos Humanos reconoce como uno de los derechos fundamentales del hombre el lograr una vivienda digna. Sin embargo este derecho, no del todo cumplido en los países ricos, se convierte en un sueño inalcanzable para millones de habitantes del resto del planeta. En Chile la situación habitacional no ha sido ni es ajena a este fenómeno. A partir del año 40, la crisis de la minería, del artesanado provincial y el éxodo rural, entre otros factores, hicieron afluir trabajadores hacia Santiago, lo que significó una rápida saturación de los conventillos y barrios antiguos del centro de la ciudad. La llegada masiva de esta migración interna y la paulatina expulsión de los pobladores radicados en ciertos sectores de la ciudad, por el creciente comercio y la industria, fue conformando el conglomerado de los sin-casa y allegados, que luego dieron forma a las llamadas "poblaciones callampas". Ante esta situación, los pobladores junto a los partidos políticos obreros iniciaron la organización de la ocupación "ilegal" de terrenos -Tomas-, que a veces se realizaban en forma no organizada y otras en forma ejemplarmente organizadas, como es el caso de la Toma de la chacra La Feria, al sur-oeste de Santiago, lugar en el que se asentaría definitivamente la población La Victoria.
Ambas laderas del Zanjón de la Aguada, el canal que recoge gran parte de las aguas servidas de la zona sur de Santiago, se transformó en un asentamiento codiciado para muchos emigrantes sin recursos. En 1957, dos mil familias vivían hacinadas a lo largo de este cauce. Carecían de agua potable y luz eléctrica, sufrían el acoso de ratas y vinchucas, origen de constantes epidemias, y estaban expuestos continuamente a los estragos causados por los desbordamientos del cauce y por los incendios, que consumían en llamas un gran número de hogares.
Los habitantes del Zanjón de la Aguada se habían organizado en el comité de pobladores sin-casa, dispuestos a luchar por su derecho a un lugar digno donde vivir. Después de vanas gestiones con los organismos oficiales, a los que solicitaban una solución al problema, y una vez agotadas todas las vías convencionales, llegaron a la conclusión de que sólo ellos debían resolver su situación, por la razon o la fuerza, y decidieron tomarse un terreno cercano donde levantar sus viviendas. Comenzaron a prepararse, fueron apoyados por algunos diputados y regidores de partidos obreros y asesorados, en su secreto proyecto, por arquitectos y estudiantes de Arquitectura.
Un incendio, el 24 de octubre, en el que varios niños perecieron quemados y numerosas familias perdieron sus modestos enseres, terminó por persuadir a los vacilantes. En una concentración efectuada en el mismo lugar, se acordó la ocupación de un terreno en el que antiguamente se emplazaba la chacra La Feria y que había sido adquirido por la Corporación de la Vivienda (CORVI), aunque abandonado por mucho tiempo.
Unas quinientas familias se mudaron en la madrugada del 30 de octubre de 1957 desde el Zanjón de la Aguada hacia la ex chacra La Feria. Horas antes, una brigada de jóvenes había cegado las pocas farolas existentes en la calle San Joaquín, única vía difícil de sortear sin llamar la atención. Durante el trayecto, a pesar del tenso cansancio, reinaba la alegría y el optimismo; todos se afanan en ayudarse, en calmar el llanto de los más pequeños o en cargar los modestos enseres con los que se construiría el refugio provisional.
El comité y los arquitectos que les asesoraban, preparaban los planos de la futura población basandose en un levantamiento topográfico obtenido en la CORVI, pero el incendio ocurrido días atrás precipitó la ocupación del predio, por lo que no tenían tiempo para proyectos más elaborados. Se acordó una previsora instalación de las familias, de acuerdo a un criterio de resistencia contra los probables intentos policiales por desalojar a los ocupantes. Reforzaron los flancos más débiles, frente a la Avenida La Feria y lo que hoy es la Avenida Departamental, donde emplazaron a pobladores probados en acciones anteriores.
Para frenar la posible represión policial, la consigna fue levantar algún tipo de refugio antes del alba, a fin de ofrecer la imagen de un asentamiento consolidado. Al amanecer, el sol iluminó un bosque de sábanas y frazadas que conformaban el campamento, adornado con miles de banderas chilenas flameando a lo ancho de las 70 hectáreas que comprende el terreno. Lo que horas antes era un campo cubierto de yuyos, se había convertido en un enorme poblado con miles de habitantes.
Con los primeros rayos del sol también apareció el primer contingente policial. Los carabineros, desconcertados por la magnitud de la operación, sólo se limitaron a observar. La primera acción fue cercar el perimetro para que nadie entrara ni saliera del sector. Las fuerzas policiales de ese tiempo profesaban respeto por el símbolo nacional, por primera vez vieron flamear miles de banderas concentradas en un territorio que se proyectaba al futuro y no se atrevieron a arrasar con esas familias que protagonizaban su propia historia.
Más tarde se agregaron nuevos refuerzos, hasta reunir una tropa que emprendió la primera y feroz embestida contra los ocupantes, pero una lluvia de piedras detuvo a los agresores, que fueron obligados a replegarse. Después, el Oficial a cargo de la operación pide iniciar el dialogo con los dirigentes de la toma. Pero la maniobra sólo encubría nuevas tentativas de ataque, que igualmente fueron rechazadas.
Las horas del día favorecieron el ingreso de otras quinientas familias y permitieron reforzar las débiles estructuras construidas durante la noche. Algunos iniciaron la excavación de pozos negros mientras los dirigentes, acompañados por parlamentarios y por el Cardenal José María Caro, trataban de entrevistarse con el Presidente de la República para intentar evitar el desalojo con que habían sido amenazados. La intervención del Cardenal, quien solicitó personalmente al Presidente Carlos Ibáñez que no se usara la violencia con los pobladores, fue precisa y oportuna.
Antes de oscurecer, el Intendente de Santiago ordenó incomunicar el campamento, alarmado por el rápido incremento de familias invasoras. El predio fue acordonado férreamente en todo su perímetro con el propósito de someter a los ocupantes por la sed y por el hambre. La policía reprimió con todas las fuerzas disponibles cualquier intento de burlar el bloqueo. En varias oportunidades se produjeron enfrentamientos.
Con el paso de los días, los trabajos de construcción avanzaron considerablemente, pero la falta de agua comenzó a causar estragos. Los niños fueron los que más sufrieron las precarias condiciones en que se desarrollaba la toma. La lluvia y el frío por la noche y el calor durante el día multiplicó las pulmonías y las diarreas infantiles. Algunas madres embarazadas alumbraron con grave riesgo para sus vidas. En general faltaron recursos para atender a los que caían enfermos. En vista de la gravedad de la situación surgieron voces proponiendo la ruptura del cerco policial, pero los dirigentes, convencidos de que el tiempo corría en su favor, se mantuvieron firmes y llamaron a mantener la calma. Cada hora que transcurría ayudaba a consolidar la toma.
El campamento progresó aceleradamente gracias al esfuerzo de sus pobladores y a la solidaridad brindada desde el exterior. Con el auxilio de un par de taquímetros, facilitados por los estudiantes de Arquitectura, se avanzó en el trazado de los lotes y las calles. Debían asignar las ubicaciones definitivas sin pérdida de tiempo y, para evitar discriminaciones, procurar entregar los sitios del mismo tamaño: 9 por 18 metros. Se reservaron los terrenos destinados a futuras escuelas, áreas verdes, centros sociales y comerciales. La adjudicación de terrenos para Iglesias o Templos motivó polémica, pero prevaleció la opinión de reservarles un sitio.
A los nuevos pobladores se les impedía el ingreso de maderas y enseres, sin embargo la solidaridad de las organizaciones políticas y sindicales contribuyó a burlar el bloqueo: Cada noche ingresaba una mayor cantidad de alimentos, agua y materiales de construcción. Pasados quince días se hizo evidente la imposibilidad de desalojar a los ocupantes sin cometer una masacre de gran envergadura. Finalmente, presionados por los partidos políticos de izquierda, por la Iglesia y por la Central Unica de Trabajadores, las autoridades cedieron. Se levanto el cerco autorizando la permanencia en el predio y se acordo iniciar negociaciones para la transferencia definitiva del predio a los ocupantes. A esas alturas, el terreno contenía unas tres mil familias con quince mil habitantes; Había nacido el Campamento La Victoria.
Una vez conquistado el derecho a permanecer en el terreno, los pobladores iniciaron el largo proceso por conseguir el abastecimiento de agua potable y electricidad, por lograr la llegada del transporte público, por la construcción de calles y aceras, escuelas y policlínicas. Cada uno de estos servicios exigió la realización de interminables trámites y gestiones, mientras las familias avanzaban en la construcción de un hogar más sólido, de acuerdo a sus escasas disponibilidades de recursos.
En el año 1959, la Municipalidad de San Miguel pavimentó la primera calle en la población, acontecimiento que fue celebrado con un verdadero carnaval. Otro suceso celebrado con igual entusiasmo fue la apertura del año escolar, en 1961, ceremonia que tuvo lugar en las primeras aulas construidas por los propios pobladores, y con características muy curiosas, no solo por construirla los mismos pobladores, sino por que, además, en un afán exagerado por evitar privilegios; eran redondas. Algún tiempo más tarde se levantó el primer Retén de Carabineros, construido por los pobladores con materiales donados por la CORVI.
Las numerosas movilizaciones para obtener los servicios públicos, fueron contribuyendo a fortalecer las convicciones políticas. Influyó también en esto la preocupación de los dirigentes por hacer comprender la relación entre reivindicación social y política. Seguramente por esta toma de conciencia socio-política es que los pobladores denominaron las calles de la nueva población con nombres tan significativos como: Cardenal Caro; Los Comandos; Mártires de Chicago; Libertad; Esfuerzo; Carlos Marx; Unidad Popular; o la calle principal de la población llamada 30 de octubre, fecha de la primera toma de terreno organizada y victoriosa de Chile y quizás de América Latina.
Con el correr de los años, La Victoria ha seguido el ejemplo organizativo de sus fundadores. La noche del 11 de septiembre del 83, a diez años del golpe militar, luego de una de las Jornadas de Protesta Nacional más reprimida, se esparció por todo el área sur de Santiago el rumor de que grupos de pobladores de La Victoria asaltarían e incendiarían otras poblaciones. No se conocía el origen de la información, pero se prestó crédito por la acogida que le dispensó la prensa y la televisión. Los vecinos de las poblaciones adyacentes vivieron una extraña incertidumbre y sus dirigentes fueron citados por carabineros para advertirles del hecho. El principal instigador de la provocación fue el Ministro del Interior del régimen, quien instó a la ciudadanía a organizarse en las unidades vecinales y lugares de trabajo para defenderse de los terroristas. El Ministro, de hecho, estaba dando luz verde a un plan destinado a provocar el enfrentamiento entre pobladores. Esperaba conseguir así lo que el aparato represivo no había logrado: sofocar la rebelión quebrando la unidad de acción entre los dirigentes y desacreditar a los líderes más combativos.
La respuesta de las organizaciones poblacionales fue contundente, a los dos días de la provocación se reunieron dirigentes de 25 poblaciones del sector sur y dieron forma a la Coordinadora Multipoblacional, para poner atajo a los rumores y coordinar mejor sus acciones futuras. La respuesta seguramente dejó satisfecho al Sr. Ministro; la ciudadanía, haciendo caso a sus consejos se organizó, pero aún fue más allá, se organizó contra los verdaderos terroristas.
La organización de los indomables victorianos hoy en día sigue vigente, enfrentando otro adversarios, con nuevas armas. Las necesarias para afrontar el flagelo de la droga, la delincuencia, el desempleo, la pobreza y el hacinamiento; que no sólo son enemigos de los pobladores de La Victoria. Y, como miles de chilenos, siguen esperando la alegría que viene, el cambio por el que muchos trabajamos y en el que pusimos tantas esperanzas, incluido el referente al juicio y castigo a los culpables de violar los derechos humanos, al esclarecimiento de la verdad, de esa verdad que ayer murió de manera transitoria, y aunque lo sabe todo el mundo, todo el mundo lo disimula; así lo ha dicho Neruda. Y también dice: Tal vez tenemos tiempo aún para ser y para ser justos.

1 comentario:

Anna Francisca Rodas Iglesias dijo...

Gracias Julio por compartirnos esta parte de la historia a personas que navegamos por esta red y que nos nutrimos para no cejar en el empeño de ser más justos en estas sociedades que se tornan tan indolentes.

Un fuerte abrazo desde mi espacio en Colombia.

Anna Francisca