viernes, 27 de agosto de 2010

No al cerco informativo

No nos vengan con cuentos
Pedro Cayuqueo
Hace 41 días que los presos mapuches dejaron de comer. Solo reclaman un juicio justo y que se les deje de aplicar la Ley Antiterrorista. Pero poco y nada informan de ello los grandes medios. Mucho más importan a canales y prensa escrita los goles del Chupete Suazo en México. O las disputas internas en la Concertación. La huelga mapuche simplemente no existe. Lo han denunciado los familiares de los reclusos y lo han alertado, a ratos escandalizados, importantes organismos y personalidades tanto en Chile como el extranjero. Pero nadie se escandaliza en las reuniones de pauta de La Tercera, El Mercurio o Canal 13. Preguntas de sentido común brillan por su ausencia entre los editores. ¿Por qué se aplica la Ley Antiterrorista para perseguir delitos comunes? Silencio de grillos ¿Por qué se aplica preferentemente a ciudadanos mapuches?… ¿No me cree?
Junio de 2007. Cientos de trabajadores subcontratistas de la División El Teniente de CODELCO paralizan faenas, demandando mejoras salariales. La empresa niega validez a la huelga y comienzan los choques con la fuerza pública. Estalla entonces una batalla campal. Al final de una jornada, ¡once buses de pasajeros yacen incendiados en el acceso a la mina! La escena, que parecía sacada de un filme apocalíptico, impacta en los noticieros por el nivel de violencia y destrucción. ¿Se preguntará usted qué sucedió con los “terroristas” responsables? Absolutamente nada. Y es que nadie en CODELCO ni en el gobierno habló entonces de “terrorismo” o de “terroristas”. Pese a la magnitud de los daños, la polémica Ley de Pinochet brilló por su ausencia. Tampoco se aplicó su prima hermana, la de Seguridad Interior del Estado, que sanciona duramente a quien atente contra medios de transporte público. Tras la investigación, solo un trabajador fue condenado por los sabotajes; cinco años y un día por el delito de “incendio simple”. Jamás puso un pie en la cárcel. Alcanzada a través de un procedimiento abreviado, cumple hasta hoy su condena en libertad. “Intachable conducta anterior”, determinaron los jueces. “No es bueno utilizar el sistema judicial para resolver los conflictos sociales”, argumentó el ex fiscal jefe de Rancagua, José Luis Pérez Calaf, querellante en dicha causa. Palabras textuales.
¿Qué pasaría si, llegado el día, mapuches decidieran quemar y de un paraguazo once buses en la Ruta 5 Sur? Podemos suponer. Y se nos viene de inmediato a la mente reuniones extraordinarias de Gabinete, citación al Estado Mayor Conjunto y regimientos prestos a contener en los campos la sublevación. ¿Exagero? En absoluto. Por menos que eso, unos rayados y pedradas a un bus interprovincial acontecido en julio de 2009, una decena de campesinos mapuches arriesgan hoy 20 años de cárcel. Leyó bien, ¡20 años! Todos llevan meses encarcelados en Temuco de manera “preventiva”. Actualmente en huelga de hambre, aguardan ellos y sus familias un juicio oral donde serán acusados por los fiscales de “atentado contra vehículo de transporte público”, “daños calificados” y “amenazas terroristas”, entre otros delitos. ¡Hablamos de rayados y pedradas a un bus! Son delitos y merecen sanción, que duda cabe, pero sanciones acordes al ordenamiento penal ordinario. ¿No es acaso lo que a diario sucede con muchos buses del Transantiago? ¿O con vehículos particulares en las autopistas concesionadas que circundan la capital? ¿A cuántos de los responsables de tales delitos se les ha aplicado la Ley Antiterrorista? Y es que del río Bio Bio al sur nada es realmente lo que parece. Lo que para la ribera norte es un delito menor, al otro lado un peligroso acto de subversión.
¿Ha transitado usted por el centro de Temuco? Nada a simple vista le haría presagiar que peligrosos suicidas mapuches planean, al menor descuido, volarlo a usted y su familia en pedazos. Sin embargo es lo que a diario nos advierten desde el Ministerio Público. Lo aseguran los fiscales. Lo repiten y publican los medios. Lo avalan las autoridades. Y todos parapetados en sus casas buscando refugio. En 2004, tan solo días después de los atentados a los trenes de cercanías ejecutados por Al Qaeda, recorrí las semidesiertas calles de Madrid. Lo que observé en los ojos de muchos transeúntes fue miradas de desconfianza, miedo y sobre todo, de terror. Mucho terror. No había restaurant, locutorio o ciber café donde la tensión reinante no calara los huesos. Ni destacamentos de policías y militares custodiando paseos peatonales, centros comerciales y hasta los vagones del Metro, lograban hacerlo a uno sentir bajo resguardo. En 2006, una sensación similar tuve al recorrer la zona cero de Manhattan, en Nueva York. Allí, entre un ejército de bulldozer aun removiendo acero retorcido y memoriales plagados de imágenes de las víctimas, el ruido de cualquier avión comercial planeando a lo lejos sobre New Jersey erizaba la piel… ¡A cinco años del 11S!. Y es que de ello y no de buses apedreados o fundos ocupados trata en verdad el concepto de terrorismo. ¿Siente la gente miedo en el centro de Temuco?, ¿puede usted sentarse en un restaurant sin temor a que una bomba le arruine la vida y de paso el almuerzo? Señores fiscales, no nos vengan con cuentos. De lo que hablamos aquí es simplemente de racismo.
*www.azkintuwe.org
* Publicado originalmente en The Clinic, Edición del Jueves 19 de Agosto.
*http://radio.uchile.cl/opiniones/79947/

viernes, 13 de agosto de 2010

EN EL CENTENARIO DE MIGUEL HERNÁNDEZ


TRES LIBROS Y UN ASILO (III y final)
Julio Gálvez Barraza
Una de las citas más tergiversadas en la biografía de Eutimio Martin, se encuentra en la página 572. Viene precedida de un comentario poco afortunado en contra de Neruda. El juicio del autor, refiriéndose a las gestiones del poeta chileno y los Alberti ante el cardenal Baudrillart, es lapidario: Neruda, en su desmedido afán por alzarse con el santo y la limosna, no dejó de reivindicar su protagonismo en la excarcelación del oriolano. (Martin,569)... No creemos que se haya quedado nadie sin conocer el asunto Baudrillart eficazmente propagado por el altavoz literario de un premio Nobel. (Martin,572).
Quizá lo desmedido es el comentario del profesor Martin. Neruda describió el hecho en prosa y en verso y otros nos hemos encargado de hacer el eco. Aunque es cierto que el altavoz de un premio nobel es un eficaz instrumento de propagación, también sabemos que Neruda no fue el único en reivindicar algunos hechos. Santiago Ontañón nos da cuenta de otro libertador dueño del santo y la limosna. Recuerda que en Madrid, durante la segunda mitad de la década del `50 se hizo contertulio del Café Lión. Uno de los asiduos, dice, era José María de Cossío: En los últimos años, ya casi perdida la memoria, repetía cada diez minutos cómo había ido a ver al general Asencio, Ministro del Ejército, para interceder por la vida de Miguel Hernández.
Sin embargo, en la misma página 572 de la anterior cita de Martin, podemos leer: No obtuvieron la misma publicidad otras intervenciones, de no menor relieve, en favor del autor de Viento del pueblo. Con ésta última frase, Eutimio Martin cita y se refiere a una carta enviada el 25 de julio de 1939, por el Embajador de España en Chile a sus autoridades en Madrid. En ella el Embajador español relata que: Durante la recepción dada en esta Embajada el día 18 de julio, el señor Ministro de Relaciones Exteriores [Abraham Ortega Aguayo] me invitó a un breve aparte y me expresó que había recibido la visita de literatos e intelectuales de todas las tendencias pidiéndole se interesara cerca del Gobierno español en demanda de clemencia para el poeta Miguel Hernández, quien, según ha trasmitido el cable, ha sido condenado a muerte. (...)
La prensa de izquierdas ha dedicado numerosos comentarios al caso de Miguel Hernández que aquí se sigue con espectación en los medios culturales donde sería muy bien recibida la noticia de que no se ha de consumar la sentencia de muerte que parece haberse ya dado. Acompaño un recorte de "La Nación" (día 13-7) y dos del "Frente Popular" (18 y 20-7).
De esta cita del autor de Oficio de poeta, si leemos con detenimiento y estudiamos el contexto, podemos rescatar varias conclusiones importantes. Una de ellas es que el poeta oriolano no era tan desconocido para las autoridades franquistas como se insinúa en las biografías. Y otra, que es la que nos ocupa, es que el autor cita, en la misma página en que critica a Neruda, una carta que es también gestión de Neruda.
La Alianza de Intelectuales de Chile, fundada por Neruda el 7 de noviembre de 1937 (Fecha del 1º aniversario de la defensa de Madrid) surgió en torno a la solidaridad con el pueblo español y a imagen y semejanza de la Alianza de Intelectuales Españoles. Bajo las directrices del II Congreso Internacional de Escritores Antifascistas, celebrado en Madrid, Valencia, Barcelona y París en el mes de julio del mismo año, la Alianza chilena fue presidida por Pablo Neruda y su vicepresidente fue el escritor Alberto Romero, que a la vez era presidente de la Sociedad de Escritores de Chile.
Los intelectuales chilenos, a través de su organización, hicieron suya la causa republicana. Dieron muchísimas muestras de ello, que aquí sería muy largo de enumerar. Una de estas acciones fue la de solicitar del Gobierno del Frente Popular el asilo de los republicanos en la Embajada de Chile en Madrid. Lo afirma entre otros el mismo Morla cuando dice: Por recomendación de mi Gobierno atendí, con especial interés, a los miembros de la "Alianza de Intelectuales de Madrid". Otra acción urgente fue intentar conseguir la libertad de Miguel Hernández. En esta campaña no sólo estaba comprometido el sentido de solidaridad de los intelectuales con el poeta oriolano, sino, también, de por medio estaba la profunda amistad con Hernández de Luis Enrique Délano, Juvencio Valle, el poeta argentino y residente en Chile Raúl González Tuñón, Delia del Carril y del propio Neruda, integrantes y directivos de la Alianza de Intelectuales de Chile.
Es más, los recortes de prensa que dice adjuntar el Embajador español en Chile, corresponden a periodistas que, bajo las consignas de la Alianza, conformaban la campaña en favor de Miguel. Uno de los más activos sostenedores de esta intensiva campaña de prensa fue Luis Enrique Délano, director de la Alianza y director del semanario Qué Hubo en la semana. Délano sensibilizó a las mentes pensantes del país. En la revista Aurora de Chile Nº 13, de la que era el Jefe de Redacción, aparece publicado el Recuerdo de Miguel Hernández, de Raúl González Tuñón. La Sociedad de Escritores de Chile se sumó a la campaña. En una sesión solemne, declaró que: la obra y la vida de Miguel Hernández eran patrimonio de toda el habla castellana y de la literatura mundial. Además, en la misma sesión, ofreció al oriolano patria y hogar en un suelo libre y de lengua castellana.
Luis Enrique Délano escribió un dramático artículo. Lo publicó, en julio de 1939, el diario La Nación. (El mismo que adjuntaba el Embajador español a su país) En él expresaba su sentir por el poeta oriolano: ...Ahora está preso, y según se informa, condenado a muerte. A muerte, a morir, a sentir el pecho destrozado por las balas, como García Lorca y Antonio Espina. ¡A morir, él, que amaba la vida, que hablaba tiernamente de su novia de Orihuela, que pensaba venir un día a América... ¿Se va a repetir el caso de Federico García Lorca? ¿Va a perder España a otro de sus más grandes genios poéticos? Acusar de bandidaje y crimen a un enemigo vencido es muy fácil, y fusilarlo después ignominiosamente, no presenta mayores complicaciones.
Días después, la revista Hoy reproduce parcialmente el artículo. El redactor, después de resumir el texto no reproducido del artículo, termina haciendo sus propios votos por la suerte del oriolano: Por nuestra parte, hacemos votos fervorosos por que la sangre de Miguel Hernández no se sume a la que la tragedia hizo ya derramar a Federico García Lorca, el prematuramente silenciado poeta granadino, cuya muerte es sin duda alguna una de las pesadas lápidas que oprimen la victoria de las fuerzas que acaudilla el general Francisco Franco.
Toda esta campaña, de prensa y ante las autoridades gubernativas, (entre ellas el Presidente Aguirre Cerda y el Ministro de Relaciones Exteriores, Abraham Ortega), en favor de la libertad del poeta de Orihuela, estaba impulsada por la Alianza de Intelectuales de Chile, presidida por Pablo Neruda.
Creemos que el profesor Eutimio Martin no fue riguroso en sus apreciaciones. Aunque puedan parecer exageradas, son más cercanas las palabras de Germán Vergara Donoso cuando afirma que: el Gobierno de Chile hizo todo lo que pudo y creo que ningún otro gobierno en la historia ha hecho más, ni durante la guerra ni después de ella en Madrid. Y en este buen hacer, como hemos visto, tienen responsabilidad los intelectuales chileno con Neruda a la cabeza.
Todos los datos apuntan a señalar como una equivocación de Neruda el injustificado y contradictorio ataque a Morla Lynch. No sabemos si fue por un lapsus de memoria o por una siniestra intención. No tenemos datos ni base para especular con lo que pasaba por la cabeza del poeta. Pero, del mismo modo en que los biógrafos no se ponen de acuerdo en la "inocencia" o en la "picardía" de Miguel Hernández y su propia responsabilidad en las erradas decisiones tomadas, tampoco podemos juzgar a Neruda por un error en su desempeño solidario. A Hernández se le juzga y se le quiere por el global que dicta la balanza. Y la conclusión es unánime. Fue un hombre bueno y consecuente, en el sentido machadiano de la palabra bueno, fue un genio poético y un luchador de la libertad y la justicia.
Neruda, aparte de su inmenso genio poético, con el pueblo español fue un solidario activo. Proyectó y buscó el financiamiento para la campaña del "Winnipeg". Forzó su nombramiento como Cónsul especial para la inmigración española en Chile. Gracias a él llegaron a su país miles de refugiados, entre ellos los hermanos de Antonio Machado, los poetas Antonio Aparicio y Serrano Plaja y tantos otros. No debemos olvidar que los Alberti viajaban a Chile, con visa firmada por Neruda cuando, por razones editoriales, decidieron quedarse en Buenos Aires. Algunos aspectos de su labor en pro de la libertad de Miguel Hernández, la hemos esbozado aquí. Entonces, ¿podemos condenarlo y dedicarle los más ofensivos epítetos por un error? Humildemente, creemos que no.
Esperemos que la revisión de estos testimonios sirva para completar la biografía de Miguel Hernández y ayuden a cerrar el llamado "caso Morla". Suceso en el que algunos biógrafos no logran ponerse de acuerdo, creo que por tres motivos fundamentales. Uno es la errada carta de Neruda, secundada por Antonio Aparicio. El segundo es la exacerbada radicalización política y religiosa en el punto de vista de los biógrafos, sobre todo en los primeros. El tercero es puramente especulativo, pero lo expondré: pienso que algunos biógrafos, con respecto al asilo en la Embajada de Chile, confunden dos etapas en la vida del poeta; el primer intento, marzo de 1939 y el segundo, inmediatamente después de su puesta en libertad, septiembre del mismo año. Mes y año en que arribó a Chile el vapor "Winnipeg", barco en el que Miguel Hernández estaba destinado a viajar y encontrar una nueva patria.

lunes, 9 de agosto de 2010

En el centenario de Miguel Hernández


TRES LIBROS Y UN ASILO (II)
Julio Gálvez Barraza

Otro vértice importante y menos cuestionado que Morla y que las inexactas palabras de Neruda, es Germán Vergara Donoso, quien como Encargado de Negocios sucedió a Enrique Gajardo en la Embajada de Chile. En julio de 1958, el semanario Ercilla de Santiago de Chile, publicó un artículo firmado por Victoriano Lillo en el que se acusaba a Vergara de haber negado el asilo a Miguel Hernández. El autor se basaba en el ensayo de poeta Antonio Aparicio, uno de los asilados republicanos en la Embajada de Chile. Victoriano Lillo señala que el ensayo de Aparicio contiene datos que los chilenos desconocían:
Lo que no sabíamos, lo que aprendemos ahora, con rubor, era que Hernández había ido a golpear las puertas de la Embajada de Chile en Madrid después de haber huido milagrosamente de su última prisión. Antonio Aparicio nos lo cuenta en un documentado ensayo que publicó hace ya algún tiempo en una revista centroamericana. Según Aparicio, nuestra embajada, que había asilado durante la guerra a más de dos mil falangistas, dio un portazo sobre la frente luminosa del gran poeta que pretendió cobijarse a la sombra de la bandera chilena.

No tardó en contestar el aludido. A la semana siguiente, con el titulo de: Responde Vergara Donoso: Nunca negué asilo al poeta, se publicó la carta respuesta. En ella, el diplomático señala:

Cuando llegué a Madrid, en mayo de 1939, había terminado ya la lucha y Miguel Hernández se encontraba desde tiempo atrás en prisión. Meses más tarde, Miguel Hernández fue puesto en libertad a raíz de dictarse una medida general que ordenaba libertar a todo detenido a quien no se hubiese iniciado formalmente proceso . Miguel Hernández fue entonces a la Embajada de Chile y tuve ocasión de conversar con él. Se hallaban asilados en la Embajada 18 personas, entre ella el propio Antonio Aparicio. Hernández estuvo con todos ellos. Más de uno le sugirió que pidiera asilo y me hablaron sobre ese punto. Hernández, sin embargo, no lo pidió, ni quiso pedirlo, a toda costa, según mis recuerdos, deseaba ir a su pueblo en Alicante (Orihuela) a ver a su hijo que acababa de nacer y al cual tenía ansias de conocer. Como es sabido, este hijo le había llegado después de perder el primero, lo que explicaba la vehemencia de su decisión. En su pueblo fue inmediatamente reconocido y lo que no había sucedido en Madrid, se le imputaron hechos ocurridos durante la Guerra Civil. Las decenas de miles de procesos iniciados al terminar la guerra civil impidieron muchas veces que se identificara al detenido y se juntara al personal de la guerra civil con el preso en cualquiera de las cárceles repletas. Fue lo que aconteció con Miguel Hernández y por eso quedó en libertad. La segunda detención, a raíz de su viaje al pequeño pueblo donde vivía su familia, hizo posible que se le reconociera y fuese concretamente denunciado por los hechos que se le imputaban.
Ya preso por segunda vez, recibí avisos, entre otros de Pablo Neruda, sobre la situación de Miguel Hernández, junto con el encargo de ocuparme de él. Hice todo lo que tuve en mi mano por evitar su condena a muerte; me ayudaron en esta tarea precisamente las personas a que se refiere el artículo de Ercilla, como amigos míos falangistas y que efectivamente son y siguen siendo mis amigos: Víctor de la Serna, Sánchez Mazas, Eugenio Montes. Los tres eran escritores, conocían a Hernández y, por cierto, eran falangistas y muy bien situados. Por lo mismo recurrí a ellos ¿o se quería que recurriera a enemigos del Gobierno para obtener lo que deseaba? Y no sólo recurrí a ellos, también ayudaron fray Justo Pérez de Urbel, escritor benedictino, José María de Cossío, escritor que había sido jefe de Hernández en la Editorial Calpe y muchos más. (...)
Aunque basta el hecho de que Miguel Hernández no pidió asilo, creo que debo agregar que, sugerido o pedido por sus amigos, el asilo no aparecía procedente, pues las circunstancias habían cambiado fundamentalmente. La guerra había terminado hacía varios meses. Se había comunicado al gobierno español a comienzos de abril la lista completa de los asilados y se gestionaba activamente su salida de España, aceptar uno más en ese momento, significaba -supuesto que jurídicamente fuese procedente y se conformara a las instrucciones del Gobierno de Chile- poner en grave peligro la situación de los 18 que ya estaban asilados. Esto lo sabe muy bien Antonio Aparicio y todos los refugiados. (...)
No fue este el único caso doloroso en que me correspondió actuar en Madrid, ni el único de los que me tocó conocer desde Santiago como Subsecretario de Relaciones durante la guerra española y después de la guerra. En ambas ocasiones el Gobierno de Chile hizo todo lo que pudo y creo que ningún otro gobierno en la historia ha hecho más, ni durante la guerra ni después de ella en Madrid. La muerte de Miguel Hernández no puede imputarse al Gobierno de Chile ni a la Embajada en Madrid ni al entonces Encargado de Negocios.

Gracias a los archivos de la fundación Miguel Hernández, conocimos un artículo de José M. Moreiro en el que reproduce una carta que le habría hecho llegar Germán Vergara Donoso. Es muy similar a la publicada por la revista Ercilla en Santiago. Moreiro no indica cuándo ni cómo recibió este testimonio, pero, considero, es complementario su examen para el caso que nos ocupa. Dice en ella Germán Vergara:
En el verano de 1939 recibí en Madrid una carta de Pablo Neruda desde París, interesándose por la suerte de Miguel Hernández, su amigo, que según sus informaciones estaba preso en la capital de España . Hice algunas averiguaciones y comprobé que lo afirmado por Neruda era verdad, pero que no se había iniciado proceso ni se juntaba la persona del detenido con la persona del poeta Miguel Hernández. Esto obligaba a actuar discretamente y así se hizo. Pocas semanas más tarde recibí en mi oficina de la Embajada de Chile, donde yo era encargado de Negocios, la visita de Antonio Aparicio, asilado en la misma Embajada, en compañía de un muchacho muy joven a quien me presentó como Miguel Hernández. Conversamos tranquilamente y pude apreciar el limpio espíritu y la gran calidad humana de Miguel Hernández. En la conversación, Antonio Aparicio me insinuó la idea de agregar a Miguel Hernández a la lista de asilados en la Embajada. Miguel no se refirió a este punto; hacía poco tiempo que había nacido su segundo hijo y quería ir a conocerlo a su pueblo. Contesté a Antonio Aparicio la imposibilidad de agregar a nadie en la lista de asilados, pues estaba ésta, hacía meses, comunicada al Ministerio de Relaciones Exteriores y no era ya posible, legítimamente, agregar nuevos nombres. Tampoco era posible dejarlo como huésped y asilado sin conocimiento del Gobierno, porque se ejercía sobre la Embajada una vigilancia muy estrecha, y alterar en cualquier forma la situación era poner en peligro la vida de los 17 asilados ya. Le repito que Miguel Hernández nunca pidió o insinuó un asilo porque quería ir a su pueblo. Además, no era imposible, aunque siempre muy difícil y peligroso, que encontrara la manera de salir de España. Miguel Hernández mantuvo su resolución y se fue a su pueblo. Como es sabido, allí fue detenido y devuelto a Madrid, ya perfectamente identificado.

Dice Ferris en su libro: Según algunas fuentes, Vergara ofreció asilo al poeta oriolano sabiendo que la expatriación no tardaría mucho en producirse. Sin embargo, como hemos visto, no es lo que declara Vergara. Ferris no cita las fuentes que afirman tal ofrecimiento.
En las dos citadas declaraciones de Vergara, éste hace mención de la lista de asilados entregada al Gobierno. La entrega de esta lista la hizo el chileno Enrique Gajardo el 20 de abril de 1939, al Ministerio de Asuntos Exteriores español, (No al Ministerio de Relaciones Exteriores de su país, como señala Ferris). En el escrito, además solicita el salvoconducto para el traslado de los refugiados fuera de España.
Cuando Vergara declara que contestó a Antonio Aparicio la imposibilidad de agregar a nadie en la lista de asilados, pues estaba ésta, hacía meses, [5 meses] comunicada al Ministerio de Relaciones Exteriores [de España] y no era ya posible, legítimamente, agregar nuevos nombres... seguramente desconocía algunos trucos "ilegítimos" que antes había usado el antecesor de Morla. En el caso de los asilados nacionales, el ex embajador chileno, Aurelio Núñez Morgado, se atrevió a agregar 150 nombres más después de entregar la lista de ellos a las autoridades republicanas. Con ello, posiblemente salvó algunas vidas, "truco" que pudo haber usado Vergara en el caso de Miguel. Morla Lynch narra en su informe:
Al hacerme cargo de la Embajada, el 19 de abril, ascendía el número de personas que figuraban en las listas, alrededor de 2.000, más 150 que ingresaron después de haber sido presentadas las listas citadas al Gobierno, [Republicano], con lo que se faltó al compromiso contraído de no admitir a un sólo asilado más. (...) Estas personas habían implorado, al principio, su admisión en la Embajada en forma humilde, agobiadas por la angustia y el terror: se contentaban con un "rinconcito", o una silla, dispuestas a todas las abnegaciones. Pero luego exigieron el amparo para miembros de sus familias que, en realidad, no lo necesitaban, y luego solicitaron el ingreso en las listas de evacuación de sus amigos y conocidos y, por fin, llegaron a pedir a la Embajada la protección de sus joyas y objetos de valor. Hubo un momento en que se introducía gente al edificio a viva fuerza. (Morla, 62-63)

Podríamos especular un poco con este significativo dato. ¿Es posible que en esta falta de carácter o su excesivo apego a la "legitimidad", que demostró Vergara Donoso al no atreverse a incluir, fuera de plazo, el nombre de Miguel entre los asilado, fuera la causa de la acusación hecha por Antonio Aparicio en su ensayo?
Eutimio Martin, al igual que Ferris, señala que Vergara Donoso le ofreció asilo a Miguel. Durante la entrevista entre ambos, el biógrafo anota que: El sucesor de Morla Lynch le dispensó una muy cordial acogida y aconsejó a Miguel el inmediato ingreso en la Embajada como asilado político. Miguel se negó. (...) Vergara le previno del grave peligro que corría tal como estaban las cosas y hasta qué punto le convenía aceptar el refugio que se le ofrecía, ya que una vez a salvo en la Embajada le traerían a la mujer y al niño para, a continuación, -como se había hecho con todos los refugiados-, librarles un salvoconducto de salida al extranjero. (Martin,576)
Resulta, como menos, curiosa la reproducción de este diálogo. Si cambiáramos el nombre de Vergara por el de Morla y lo situáramos en el primer intento de asilo, podría ser más verosímil. Como hemos visto, según las declaraciones del propio Vergara, nunca pudo ofrecerle asilo a Miguel. Por otra parte, y en el momento de ese encuentro, -16 de septiembre-, la posible salida de España de los 17 asilados en la Embajada era muy incierta. Las intensas gestiones de la diplomacia chilena para conseguir un salvoconducto tardaría un mes en dar los primeros resultados. El 12 de octubre consiguieron la autorización para cuatro de ellos, quienes, junto a Juvencio Valle, salieron para Francia donde embarcaron con destino a Chile. Un año más tarde se logró el salvoconducto para 8 asilados que embarcaron a Chile vía Lisboa. En octubre de 1940, 19 meses después de su entrada en la Embajada chilena en Madrid, lograron salir los cinco restantes.
Nótese que en la declaración de Vergara a Moreiro ya no dice: recibí avisos, "entre otros" de Pablo Neruda. Aquí declara muy concretamente que: En el verano de 1939 recibí en Madrid una carta de Pablo Neruda desde París, interesándose por la suerte de Miguel Hernández... Santiago Ontañón, en su libro de memorias , confirma este hecho. Señala que en el verano de 1939, recibió Vergara Donoso una carta que Neruda le enviaba desde París, interesándose por la situación de su amigo, quien, según sus informaciones, estaba preso en Madrid: Tras las averiguaciones pertinentes, Vergara comprobó que lo afirmado por Neruda era verdad, pero que no se había iniciado proceso ni se unía la persona del detenido con el poeta Miguel Hernández, lo que obligó a actuar discretamente.
Ontañón recuerda que mientras estaban asilado en la Embajada de Chile, un día recibieron de manos de Vergara un mensaje escrito en un papel de fumar. Era una nota angustiosa escrita por Miguel desde la cárcel:
Decía escuetamente: "Me han condenado a muerte. Haced lo que podáis. Miguel Hernández". Así nos llegó la noticia de su suerte. Cabe imaginar la profunda tristeza y la impotencia que nos embargó al grupo, asediado como estábamos en un Madrid hostil, dispuesto también a hacer carnaza de nosotros a la menor oportunidad. Aquel leve papel de fumar, manuscrito con noticia tan tremenda, nos angustió indeciblemente. Yo hice lo que podía: escribir. Envié tres cartas: a los Alvarez Quintero, a Víctor de la Serna y a Borrás. De las tres, sólo obtuve contestación del Alvarez Quintero que quedaba, en la que me decía que haría lo que pudiese, tratándose de la vida de un hombre y sobre todo la de un poeta, pero que dudaba que su intervención fuera eficaz, ya que, decía: "Aquí yo no cuento nada". (Ontañón, 203)

El testimonio de Vergara, avalado por el de Santiago Ontañón, dos actores de los hechos, contradice a los biógrafos hernandianos que se empeñan en desconocer la preocupación de Neruda por su amigo. Al parecer, el auxilio de Neruda a Miguel Hernández, a través de Vergara Donoso, es conocida desde hace más de cincuenta años. Quizá la primera en dejar constancia de ello fue Concha Zardoya, quien anota: Esta situación de hambre [de Miguel y su familia] se soluciona un tanto con la ayuda económica mensual que empieza a prestarle don Germán Vergara Donoso, Encargado de Negocios de Chile en Madrid, a petición de Pablo Neruda. ¿Por qué hemos desconfiado tanto de doña Concha durante estos años?
Algunos biógrafos de Miguel Hernández, entre ellos Juan Guerrero Zamora, Arturo del Hoyo y el propio Ferris, niegan la gestión realizada por María Teresa León y Neruda ante el cardenal Baudrillart por la liberación de Miguel. Ahora, a este grupo se suma Eutimio Martin. Es muy posible que la gestión de Neruda y los Alberti ante el cardenal no fuera el detonante para liberar a Miguel de la cárcel. Adhiero a la opinión más generalizada; fue puesto en libertad por el caos administrativo de aquellos días y/o, por la orden gubernamental de poner en libertad a los presos que no habían sido juzgados a la fecha. Eso no es motivo para negar la veracidad de la gestión conjunta de los Alberti y de Neruda, independiente de sus resultados. En ningún caso creo que María Teresa y Neruda narraran este episodio en sus memorias sólo para atribuirse la hazaña de haber protagonizado la puesta en libertad de Hernández.
Ramón Pérez Álvarez afirma entre otras cosas que: la posibilidad de su exilio a través de las gestiones de Pablo Neruda, es un extremo que queda desmontado. Describe también las gestiones de Carlos Morla Lynch, y la imposibilidad de prestarle asilo, y de Germán Vergara Donoso, otro diplomático con interés en proporcionar asilo a Miguel, y que pasó una asignación a su viuda de su bolsillo durante varios meses... Miguel, por el tono de exigencia con que pide a Josefina que no tenga inconveniente en pedir dinero a la Embajada, creyó seguramente que el dinero provenía de Neruda. No había tal. Neruda le dio sólo el título honorífico de "hijo" y pare V. de contar.
No sabemos si Vergara Donoso ayudó económicamente a Miguel y a su esposa con dinero de su propio bolsillo. Sí sabemos que Vergara, según su propio testimonio, se ocupó de Miguel por encargo de Neruda, aun imposibilitado de ofrecerle asilo, aunque, según Pérez Álvarez, tuviera interés en proporcionárselo. Tampoco sabemos si Miguel creyó que el dinero provenía de Neruda. Éstas especulaciones no se sostienen porque no tienen base. Pero sí sabemos que el poeta Homero Arce, secretario de Neruda, hasta los años sesenta, aún despachaba algunas remesas de dinero a Josefina Manresa.
Si hacemos caso y no tergiversamos los informes de Carlos Morla, documento citado por la mayoría de los biógrafos hernandianos, entre ellos Pérez Álvarez, vemos que Morla no tuvo ninguna "imposibilidad" de prestar asilo a Miguel Hernández. Por otra parte, el supuesto "desmontaje" que hace Pérez Álvarez de las gestiones hechas por Neruda, contradice el testimonio de varios testigos y actores de los hechos. Uno de ellos, el poeta chileno Juvencio Valle. El mismo año de 1939, a su vuelta a Chile después de estar recluido en la madrileña cárcel de Porlier, desvela el motivo de su detención:
Ocurrió unos tres o cuatro meses después de la "Marcha Triunfal". En mi calidad de chileno y de colaborador de la Cancillería de nuestra Embajada, yo circulaba con más o menos libertad. Pero un día, veinte metros antes de la Embajada, me detuvo un policía secreto. No me preguntó mi nombre ni me pidió documento alguno. Sólo me exigió que lo acompañara a la Comisaría. Allí me interrogaron, y para mi desgracia llevaba yo en un bolsillo una carta de Pablo Neruda relacionada con algunas gestiones que había que realizar para conseguir la libertad de Miguel Hernández. De la Comisaría pasé a la Dirección de Seguridad y de allí a la cárcel de la calle General Porlier, donde estuve tres meses y medio, mientras se ventiló el juicio que me siguieron.

Don Germán Vergara -señala Pérez Álvarez-, visitó en la cárcel a Miguel, acompañado por Cossío, durante el período de su condena a muerte. Cossío es, incuestionablemente, quien salvó la vida de Miguel,... Sabemos (Ferris lo señala en su libro) la condición que ponía José María de Cossío, lo mismo que Rafael Sánchez Mazas, Luis Almarcha y otros, para salvar la vida de Miguel; renunciar a sus ideales, a su obra, por lo tanto, a su vida. Como señala Pedro Collado, una de las más acusadas virtudes del poeta, era la espontaneidad de sus decisiones y la sinceridad y la firmeza con que las defendía. Y esta firmeza la señala el mismo Ferris: Hernández pretende, a través de las gestiones de Vergara Donoso, ser conducido al Reformatorio de Adultos de Alicante, pero detrás de ese propósito, según comentaba a Aleixandre [por carta del día] 6 de abril, se puede vislumbrar su intención de huir de esas insistentes presiones [de Cossío, Sánchez Maza, Almarcha] de las que Aleixandre estaba perfectamente informado: "Son motivos muy graves los que me aconsejan e inducen a tomar esta decisión, [la del traslado] aun sabiendo que en Alicante expongo a mi familia a un esfuerzo constante para atenderme. No te digo más". (Ferris, 464)
También a su esposa Josefina le adelanta por carta del 26 de abril el rechazo que siente por los tantos "Almarchas que hay por el mundo": Almarcha y toda su familia y demás personas de su especie que se guarden muy bien de intervenir para nada en mis asuntos. No necesito para nada de él, cuando he despreciado proposiciones de otros muchos más provechosas. Ya te contaré, y comprenderás que no es posible aceptar nada que venga de la mano de tantos Almarchas como hay por el mundo. Sería una verdadera vergüenza.
Si hubiese cedido a las presiones de los antes citados, posiblemente, no es seguro, hubiera salvado la vida, pero... ¿se hubiese salvado su obra? ¿Sería hoy el Miguel que tanto honramos, queremos y admiramos?

sábado, 7 de agosto de 2010

En el centenario de Miguel Hernández


TRES LIBROS Y UN ASILO (I)
Julio Gálvez Barraza

Sobre Miguel Hernández, supuestamente, ya se ha dicho todo. Eso es lo que más o menos señala una reseña literaria a la biografía escrita por José Luis Ferris . Sin embargo, también señala que ninguna biografía, por muchos datos que lleguemos a aportar, estará jamás completa del todo.
Y si la conducta de Alberti ya fue deplorable, la de Neruda fue simplemente abyecta, es lo que señala otra reseña a la nueva biografía de Miguel Hernández escrita por el profesor Eutimio Martin .
La verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero, es una cita de Machado que usa Manuel Ramón Vera Abadía en una reseña al libro Hacia Miguel Hernández, de Ramón Pérez Álvarez, publicada en la revista digital El Eco Hernandiano. En este libro, que recoge los artículos publicados en la desaparecida revista La Lucerna, Pérez Álvarez afirma entre otras cosas que: Neruda le dio [a Miguel Hernández] sólo el título honorífico de "hijo" y pare usted de contar.
Creemos que ninguno de los tres ensayos cierran completamente el llamado "caso Morla", es decir la supuesta negativa del entonces Encargado de Negocios de Chile en España a otorgar asilo al poeta oriolano.
Miguel Hernández buscó refugio en la Embajada de Chile, que durante la guerra había prestado asilo a la enorme cantidad de cuatro mil franquistas. El embajador en ese entonces, Carlos Morla Lynch, le negó el asilo al gran poeta, aun cuando se decía su amigo . Estas pocas y desacertadas palabras escritas por Pablo Neruda, han causado un constante desacuerdo entre los biógrafos de Miguel Hernández. Se han usado (y abusado) en un sinfín de controversias. Sin embargo, el llamado "caso Morla" tiene otros vértices y otros actores cuyo testimonio, al parecer, no se han tenido en cuenta.
Para contrastar y comentar el "caso Morla" debemos conocer el testimonio de un testigo fundamental durante el segundo intento de asilo de Miguel en la Embajada chilena. Se trata de Antonio Aparicio, amigo de Miguel y también de Neruda y que al igual que éste último, con su escrito provocó más de un equivoco en la biografía hernandiana. Veamos y comentemos parte de lo que dijo Antonio Aparicio en el capítulo IV de su ensayo:
Había salido de la cárcel en forma inverosímil. Es necesario tratar de formarse una idea aproximada de cuál era el grado de amontonamiento de presos en las cárceles españolas durante los años que siguieron a la caída de la República, para aceptar que un simple error de administración, tal vez una confusión de nombres, hiciera posible que un hombre sometido a larga condena viera abrirse de pronto ante sí las puertas de la prisión. Miguel mismo no había salido todavía de su sorpresa. Había estado hundido en el fondo del cautiverio más negro.
(...)
La única salvación era salir de España y para conseguirlo no había otro recurso que el asilo en una embajada. ¿Por qué este asilo le fue negado? ¿Por qué se cerraba a Miguel Hernández las puertas de una embajada que había asilado, durante la guerra, a más de dos mil falangistas, usando para ello no sólo el edificio de la embajada sino también la casa personal del embajador Señor Carlos Morla Lynch -calle de Hermanos Bécquer, número 8- y hasta una o dos casas alquiladas con tal fin, a las que se puso bajo la protección de una bandera chilena? Lo cierto es que Miguel Hernández, después de pisar por algunos momentos el suelo seguro de la embajada de Chile, en Madrid, debió abandonarla y caer otra vez en la encrucijada tenebrosa de la huida constante, sintiendo tras sí, un día y otro, los pasos de la policía fascista que no tardarían en volver a tenerlo entre sus redes. ([Nota en el ensayo de Antonio Aparicio]. Estaba en aquella fecha al frente de la Embajada de Chile en Madrid, el Encargado de Negocios señor Germán Vergara Donoso, amigo de altos dirigentes de la Falange Española, como Víctor de la Serna, Sánchez Mazas, Eugenio Montes, José María Alfaro y otros. Es posible que el deseo del señor Vergara fuera dar asilo a Miguel, pero no lo hizo. ¿Fue esa la orden recibida de Santiago de Chile? ¿Fue obedeciendo a presiones de la Falange Española, no saciadas aún con el famoso crimen de Granada?) Y así fue. Volvió a caer preso y entonces sobrevino la condena a muerte, conmutada más tarde por la de cadena perpetua, y, dos años después, tras cruentos martirios, su fallecimiento en marzo de 1942.
(...)
Abandonado por todos, ni una sola mano se acercó para recoger las lágrimas de quien decía de sí: ...vuelvo a llorar, desnudo como siempre he llorado.

En su escrito, Aparicio duda de un simple error administrativo o una confusión de nombres, como causa de la puesta en libertad de un hombre sometido a una larga condena. Es razonable la duda, pero al parecer, con datos y testimonios aparecidos después de 1953, fecha de su escrito, esa fue la causa de la libertad de Hernández. Por lo demás, Hernández, en esa fecha, no estaba sometido a una larga condena. También hace alusión al número de falangistas asilados en la Embajada y en otras casas alquiladas. Más de dos mil, dice muy escueto.
No sólo falangistas se asilaron en la Embajada de Chile. También entraron quintacolumnistas, espías y numerosos nazis alemanes, entre ellos algunos aviadores de la Legión Cóndor. En julio de 1939, después de que Hitler se hubiera anexionado Austria, después de que los nazis alemanes invadieran Checoslovaquia y la invasión de Polonia fuera ya un secreto a voces, Carlos Morla Lynch fue condecorado con la Orden del Águila, en nombre del Canciller Adolf Hitler, por el Secretario de Estado del Ministerio de Asuntos Exteriores, Ernst von Weizsaecker. El diplomático chileno recibió esta distinción: por los valiosos servicios prestados en Madrid durante la guerra civil española, en el curso de la cual prestó su apoyo a los ciudadanos alemanes allí residentes.
Sabemos que Miguel Hernández no estaba tan solo y abandonado como señala Aparicio. Algunos biógrafos se empeñan en demostrar que sus compañeros lo abandonaron a su suerte. José Luis Ferris, haciéndose eco de aquellos que sostienen que ni siquiera estaba en la lista de recomendados por la Alianza de Intelectuales para asilarse en la Embajada de Chile, anota en su libro:
Según las confesiones de María Teresa, "Miguel Hernández apenas contestó a nuestro abrazo cuando nos separamos en Madrid. Le habíamos llamado para explicarle nuestra conversación con Carlos Morla ... Miguel se ensombreció al oírlo, acentuó su cara cerrada y respondió: Yo no me refugiaré jamás en una Embajada. Me vuelvo al frente... ¿Y vosotros?, nos preguntó. Nosotros tampoco nos exiliaremos. Nos vamos a Elda, con Hidalgo de Cisneros. Miguel dio un portazo y desapareció". El texto no tiene desperdicio y aporta algunas claves que pudieran haber cambiado el destino de Hernández... Por último -he aquí lo relevante del asunto- Miguel, que había entrado en el Partido Comunista de la mano de María Teresa León y Rafael, que había estado unido a los altos mandos del ejército republicano, ...era abandonado a su suerte para que se refugiara en una Embajada que no ofrecía demasiada seguridad y que para ellos no era otra cosa que limosna o inadmisible gesto de piedad. (Ferris, 404)

En algo tiene razón Ferris, el texto no tiene desperdicio. Por eso no nos explicamos la omisión de tres frases en la cita. El texto de María Teresa León dice: Miguel Hernández apenas contestó a nuestro abrazo cuando nos separamos en Madrid. Le habíamos llamado para explicarle nuestra conversación con Carlos Morla ... Miguel se ensombreció al oírlo, acentuó su cara cerrada y respondió: Yo no me refugiaré jamás en una Embajada. Me vuelvo al frente. Nosotros insistíamos: Ya sabes que tu nombre está entre los quince o dieciséis intelectuales que Pablo Neruda ha conseguido de su Gobierno que tengan derecho de asilo. Miguel se ensombreció aún más. ¿Y vosotros?, nos preguntó. Nosotros tampoco nos exiliaremos. Nos vamos a Elda, con Hidalgo de Cisneros. Miguel dio un portazo y desapareció.
De la cita completa se desprende claramente que el nombre de Miguel estaba entre los recomendados a Morla.
Por su parte, Pérez Álvarez, además de acometer contra Neruda, también arremete contra Alberti en sus cargos. Dice: En cuanto a las gestiones que se ha querido apuntar Alberti sobre el posible asilo de intelectuales, especialmente sobre Miguel, oigamos lo que dice el señor Morla:
"Las peticiones de asilo siguen; anoto aquí las que me vienen a la memoria. El poeta don Rafael Alberti me recomienda a varias personas que pertenecen a la Alianza de Intelectuales, que quedan aceptadas: don Fernando Echeverría, Ingeniero de Fortificaciones; Pablo de la Fuente, escritor y don José Miñano, Secretario de la Alianza".
De Miguel nada. No figura, como se ve, entre sus recomendados.
Sin embargo, en la cita de Morla, que hace Pérez Álvarez, dice claramente que la lista que anota es las que me vienen a la memoria. No es una lista rigurosa ni exacta, lo dice el mismo citado.

Respecto al primer intento de asilo de Hernández, José Luis Ferris señala en su biografía que: El problema que se plantaba entonces, y del que Miguel fue consciente desde el primer momento, era la falta de garantías que podía ofrecer en aquellos momentos la Embajada chilena. Partimos del dato de que el Gobierno de Chile no estaba dispuesto a crearse problemas con el nuevo régimen político español y mucho menos por causa del asilo diplomático. Ello provocaría medidas muy restrictivas del Ministerio chileno de Relaciones Exteriores, reduciendo a lo meramente imprescindible el número de personas que pudieran ser acogidas en la sede de su Embajada. (Ferris, 402)
No nos parece acertada la afirmación. El nombre y número de asilados republicanos obedeció en gran parte a la voluntad de Morla. Es más, no conocemos testimonios de personas a las que se les negara el asilo, excepto los que señala el propio Morla: Quiero anotar, en calidad de dato curioso, que he amparado a gente que, a mi juicio, lo merecían, contrariando la opinión y los deseos expresados por las propias autoridades republicanas. (...) Me niego terminantemente a recibir a diversos maleantes, individuos sin ley ni patria, cuyos crímenes me consta. Por otra parte, dada la fuerte represión franquista y el no reconocimiento del derecho de asilo, ninguna embajada estaba en condiciones de ofrecer garantías a los asilados. No fue sólo a Miguel Hernández a quien se advirtió de la frágil seguridad que podría ofrecer la Embajada chilena. Morla señala en su memoria que cuando se vislumbró el final de la guerra, a nadie que lo mereciera le fue negado el asilo, pero a todos se les advirtió que, dadas las circunstancias del cambio político en Chile, no podíamos asegurar que, a la caída de Madrid, fuera reconocida inmediatamente la entidad triunfante. En ese caso el asilo en nuestra Embajada, más que un refugio, podía constituir, quizá, un mayor peligro. La salvedad quedaba hecha y, gracias a ella, sin haber rechazado nunca el auxilio que se nos pedía, el número de refugiados no pasó, en total, de 17. (Morla, 137)
Aparicio habla de 18 personas, Morla, en este caso, habla de 17. El número de 18 personas corresponde a los 17 asilados republicanos españoles: Antonio Aparicio, Santiago Ontañón, Antonio de Lezama, Pablo de la Fuente, Fernando Echeverría Barrio, Edmundo Barbero; Arturo Soria, los hermanos Aurelio y Julio Romeo del Valle, José García Rosado, Esteban Rodríguez de Gregorio, Luis Vallejo, Antonio Hermosilla Rodríguez, Luis Hermosilla Cívico, José Campos Arteaga, Luciano García Ruiz y Eusebio Rebollo Esquevilla, más el poeta chileno Juvencio Valle, quien también permanecía refugiado en la Embajada.
Dos párrafos más abajo de la cita anterior, Morla señala algo que generalmente se tiende a ignorar cuando se le cita y son las recomendaciones del Gobierno del Frente Popular chileno, donde si estaba la mano de Neruda: Por recomendación de mi Gobierno atendí, con especial interés, a los miembros de la "Alianza de Intelectuales de Madrid" que solicitaron, en esta emergencia, la hospitalidad de la representación de Chile. (Morla, 137)
En el caso de Miguel Hernández, que es el que nos ocupa, como sabemos llegó a Cox el 13 de marzo, sin embargo, en Chile, recién el día 30 de marzo la Cancillería recibió los primeros cables en los que Morla daba cuenta de la entrada de asilados republicanos en la Embajada. Con algunos errores respecto a la ocupación de los asilados, así lo recogía la prensa chilena el día 31: En la Cancillería se recibieron ayer varios cablegramas enviados por el Encargado de Negocios en Madrid, don Carlos Morla Lynch, en los que da cuenta que han buscado asilo en la Embajada numerosos jefes militares y dirigentes de organizaciones políticas y obreras del Gobierno Republicano, ante el temor de posibles represalias.
En virtud de estas comunicaciones, el Canciller, señor [Abraham] Ortega, envió un cablegrama al señor Morla Lynch, pidiéndole informar detalladamente de todo lo relacionado con este asunto, a fin de que nuestro Gobierno pueda determinar su actitud con respecto a los refugiados leales.
Extraordinariamente hemos sabido que la Cancillería tendría el propósito de conceder una larga licencia al señor Morla Lynch, a fin de que pueda trasladarse al país para reponer su salud quebrantada por la intensa labor que ha desarrollado en Madrid durante estos últimos dos años.
En tal caso, según se dice en algunos círculos, se nombraría Agente Diplomático de Chile en España al señor Enrique Gajardo, actual representante oficioso ante el Gobierno de Burgos, y Delegado de Chile ante la Liga de las Naciones.
Dos afirmaciones de Ferris en su biografía, merecen un comentario. Un de ellas es cuando sostiene que: Para el diplomático, [Morla Lynch] aceptar a Miguel en su lista de refugiados era una grave responsabilidad, esencialmente por la destacada envergadura política que el oriolano había adquirido. (Ferris,403). La otra dice relación con la negativa gubernamental (Republicana) de otorgar pasaportes a los hombres en edad militar. La aclaración a ambos puntos está en el informe de Morla Lynch: En vista de la situación en que se encuentra [Miguel Hernández] le digo que, llegado el momento de la hecatombe final, se asile en la Embajada. Días después, preocupado por el muchacho, mando llamar a Juvencio Valle. Me dice que Hernández ha declarado que no "se albergará en sitio alguno porque lo considera como una deserción de última hora". No ha tomado ninguna medida de precaución. Le envío con él una carta para el Gobernador Civil de Madrid, señor don José Gómez Osorio, a fin de que le facilite su salida de España en el momento oportuno para hacerlo. El Gobernador lo recibe unas horas después. Le escribo, asimismo, al Comisario General de Seguridad, quien está dispuesto a concederle un pasaporte pero desaparece y no vuelvo a verle por más esfuerzos que hago para dar con su paradero. (Morla,140) Es decir, Miguel contaba con una oferta de asilo y también con un pasaporte. Lamentablemente, no supo presentir el trágico calvario que le esperaba.
El problema de los refugiadoss supuso un escollo para las buenas relaciones entre ambos países desde el momento en que Chile no renunció a ejercer el derecho de asilo, reconocido por los países latinoamericanos, pero no por España. Se agudizaba así el razonable argumento de Morla: Si el Gobierno de Chile, a la caída de Madrid no reconocía inmediatamente al Gobierno de los vencedores, el asilo otorgado resultaría nulo, aún más, constituiría un mayor peligro.
La Embajada de Chile en Madrid sufrió cuatro intentos de allanamientos para sacar por la fuerza a los refugiados republicanos. Vergara Donoso no tomó las drásticas medidas que dos años antes había tomado Aurelio Núñez Morgado, el Embajador de Chile que asiló a los franquistas. Por el diario de Morla Lynch, deducimos que Vergara Donoso era bastante más "inocente" que Núñez Morgado. Morla, en su diario, señala que en la Embajada chilena, en tiempos de Núñez Morgado, había gran cantidad de armas que el Embajador Núñez Morgado había traído de Alemania. (Morla, 96). También dice saber que: en las cajas de fierro de la Embajada, de propiedad del Sr. Núñez Morgado, existen algunas joyas y valores recibidas en custodia por él, de los cuales sacó gran parte al extranjero. (Morla, 99)
El Gobierno del Frente Popular chileno, triunfante en las elecciones celebradas el 25 de octubre de 1938, asumió sus funciones el 24 de diciembre del mismo año, sólo tres meses antes de la caída de Madrid. A excepción de México, fue de los últimos gobiernos en reconocer oficialmente a Franco. Esto sucedió el 5 de abril de 1939, (no el 20 de abril, como señala Ferris), un día después de que los nacionales asaltaran la embajada de Panamá en Madrid y apresaran a los once refugiados republicanos asilados en ella. Panamá no había reconocido al gobierno de Franco y, por lo tanto, no le asistía protección diplomática.
El primer paso para el reconocimiento fue un cable enviado a Morla en el que le solicitaban que adelantara a las autoridades el reconocimiento de Chile al Gobierno franquista. Además le ordenaban la entrega de la embajada al nuevo titular, Enrique Gajardo, quien desde el 1º de marzo de 1938, se había desempeñado como agente del Gobierno chileno con el gobierno de Burgos. Mientras, en Santiago de Chile, Rodrigo Soriano, último Embajador de la República, entregaba la embajada española a las autoridades chilenas para ser sustituido por su reemplazante nacionalista. La declaración oficial conjunta fue fría y escueta, en contraste con la nota del Canciller chileno a Soriano, a quien se dirigió con el tratamiento debido a un representante en el ejercicio de sus funciones y en los términos más elogiosos.
El mismo día 5 de abril, fecha del reconocimiento, la Embajada chilena sufrió un atentado perpetrado por la policía franquista. Enrique Gajardo, al día siguiente, decidió trasladar su alojamiento a la Embajada para salvaguardar a los asilados.
El reconocimiento al régimen de Franco no varió las malas relaciones que ya se vislumbraban. En Chile continuaron las manifestaciones anti franquistas alimentadas por los intelectuales, por el Frente Popular, la Confederación de Trabajadores y los exiliados republicanos, amparados todos ellos por el Gobierno. Tampoco varió la posición chilena en su firme defensa del derecho de asilo y, de algún modo, tampoco varió la posición española en su desconocimiento del mismo . Las relaciones entre ambos países, por causa de los 17 asilados, navegarían por aguas tormentosas durante muchos meses. Al cabo de un año ya estarían rotas otra vez.
El reconocimiento del nuevo Gobierno español por parte de Chile, en cierto modo, fue un trámite para salvaguardar la seguridad de los asilados. El dato de que el Gobierno de Chile no estaba dispuesto a crearse problemas con el nuevo régimen político español y mucho menos por causa del asilo diplomático, que dice poseer Ferris, como vemos, no se sustenta.