domingo, 12 de junio de 2011

Cero Tolerancia


A veces aparecen personajes jóvenes en el horizonte social y político chileno que nos hacen tener fe en el futuro. Tal es el caso de Natividad Llanquileo, vocera de los comuneros mapuches y Camila Vallejo, Presidenta de la Federación de Estudiantes de Chile.

Natividad inspira fuerza, justicia, honestidad e inteligencia y, al contrario de tanta señorita moderna, carece de estridencia y de afán de protagonismo. Camila es energía pura, coherencia y rapidez mental. Y ambas, como si esto fuera poco, dos muchachas muy bellas.

Hace unos días anunciaban la participación de Camila Vallejo en el programa de TV Tolerancia Cero. Me dieron ganas de ver el programa sólo por escuchar a Camila, después desistí por que me temí lo que sucedió. Y tuve razón en no verlo, me evite el mal rato. Los panelistas de Tolerancia Cero otra vez no estuvieron a la altura de su invitada. El periodista Alejandro Kirk hace un comentario sin desperdicio del mentado programa y este sirve para conocer y desenmascarar a nuestros gurus televisivo.

Denuncia Alejandro Kira que Villegas, Del Río, Eicholz y Paulsen intentaron pulverizar a la Presidenta de la Fech en su programa del 5 de junio. Pero… veamos su comentario:

En ese tonito desdeñoso y paternalista con que se suele hablar en Chile a los niños, a los viejos y a las mujeres, los mosqueteros de la opinión pretendieron dar lecciones elementales a Vallejo, permitiendo así que ella demostrara por qué encabeza la principal organización estudiantil de Chile, y por qué miles de estudiantes la escuchan.
Y qué distinto el tratamiento a Vallejo, del que dispensaron estos cuatro señores hace dos semanas a la vocera oficial, Ena von Baer. A la Ministra, que demostró más allá de toda duda que no conoce ni las cifras, ni la historia, ni al pueblo que gobierna, a ella que cuando le preguntaron por algún error del Gobierno dijo “siempre se pueden hacer mejor las cosas”, a ella que mencionó varias veces la “ciencia política” sin acordarse de un sólo autor, a ella, que era fácil de pulverizar, le perdonaron la vida una y otra vez. Se inclinaron ante el poder y el dinero, matices más, matices menos.
Eicholz y Villegas se permitieron este domingo afirmar que el sistema educacional chileno es todo un éxito porque está lleno de estudiantes. Que la educación es un derecho siempre que se pague, porque es un producto igual que los alimentos y el transporte. Que el lucro, aunque ilegal, es legítimo. Y de nuevo recurrieron a la ignorancia o la mala leche -común en la derecha y el “centroizquierda”- de equiparar los salarios con el lucro: según ellos lucran los empleados, obreros y profesores de las universidades, así como lucran los temporeros del campo, los obreros de las fábricas o los choferes del transporte.
El lucro es la “ganancia o provecho que se saca de algo”, dice el diccionario de la RAE. En economía, son las utilidades de quien produce algún bien que se vende en el mercado, y que provienen de la diferencia entre los costos y el precio final del producto. Esta diferencia no es otra que la que existe entre el rendimiento del trabajador (productividad), y su salario. El concepto se llama plusvalía, lo definió Karl Marx, y muerto -por ahora- el fantasma del comunismo, es comúnmente aceptado en el mundo entero. Por tanto, un trabajador no lucra, un trabajador vende su fuerza de trabajo a cambio de un salario. Quien lucra es el que compra esa fuerza de trabajo y la hace producir.
Lo que dijo Camila Vallejo es simple y diáfano: las utilidades de los establecimientos no deben ir a engrosar fortunas, sino a mejorar el sistema educacional. Utilidades que, como lo prueba un reciente estudio del CENDA, provienen principalmente de los fondos con que el Estado subsidia el sistema de créditos, porque la educación no produce hoy otra mercancía que fuerza de trabajo asalariada. Y el estudio del CENDA prueba además que en Chile prácticamente no existen universidades privadas, sino centros de docencia, con cero investigación y muy pocos profesores a jornada completa; que salvo cinco universidades, las demás no publican “papers” en revistas científicas y académicas. Y todo eso lo sabe Camila Vallejo, porque ese estudio fue encargado al CENDA por la propia FECh, que así sale a la calle y negocia con pleno conocimiento de causa.
Nadie, ni siquiera Vallejo, defendió abiertamente la idea de una educación pública y gratuita para todos. Tal es la magnitud de la victoria ideológica del neoliberalismo en Chile. Villegas intentó una y otra vez descalificar a Vallejo con la palabra “ideología”, como si sus argumentos (los de él) fueran cosas, objetos materiales. Y más aun, agregaba con un tono escandalizado que se trataba de “ideología de los años 60″, o sea, la época en que la educación chilena mostró los mayores avances de su historia, producto precisamente de la rebelión estudiantil y del magisterio.
Fue a fines de los años 60 que se hizo la gran reforma universitaria, que rompió el molde medieval de las universidades chilenas. Pero el sistema actual ya no es siquiera medieval -a fin de cuentas, las universidades medievales tenían una suprema y elitista dignidad- sino un mercado persa donde se venden a precio de oro conocimientos prácticos para tratar de sobrevivir.
Nadie, ni siquiera Vallejo, se acordó de Finlandia, el país que encabeza todos los parámetros educativos del planeta, con un sistema de educación inclusiva, igualitaria, pública y gratuita. Un sistema donde no hay exámenes en los primeros 12 años, ni a profesores ni a estudiantes. Un sistema en que los profesores gozan de estabilidad laboral y prestigio social (cuesta más estudiar Pedagogía que Medicina o derecho). Un sistema en que el primer examen para los postulantes a profesores es leer y explicar un libro. Y el segundo y el tercero también.
Si Camila Vallejo hubiese mencionado esto, seguro la hubieran descalificado con eso de que “son realidades distintas, no se pueden copiar modelos” ¿No? ¿Y qué se hizo en Chile? Se impuso un modelo a sangre y fuego, un modelo inventado en Chicago, extremista y cruel. Si se puede copiar ese tipo de modelo y destruir todo el tejido social de un país, junto al saqueo de sus riquezas, debe ser más fácil imitar uno constructivo, que cohesiona a la sociedad y protege el ambiente. Para hacerlo, en primer lugar, no hay que matar a nadie. Y segundo, no es una utopía, porque existe y funciona en un país que hace 50 años tenía el mismo PIB per cápita que Chile. Finlandia ocupa hoy el primer lugar mundial en competitividad; no vende, ni menos regala, como Chile, recursos naturales, sino tecnología. Y no es socialista.